Mi soledad y yo.
Cuando mi cabeza loca decidió que ya alcanzaba el mayor crecimiento personal que podía desarrollar bajo el techo de mis padres, me sumergí en cuanta página inmobiliaria encontré. Deben haber sido cerca de dos años mirando las ofertas de venta y arriendo por lo menos 3 veces a las semana, hasta que un día la decisión, la estabilidad laboral y la oferta de venta se unieron en uno sólo y así, pese a la crisis financiera mundial y contra todo pronóstico favorable en créditos hipotecarios, me tiré de cabeza en la compra de la “casa nueva” (que de nueva tiene bien poco).
Las llaves las recibí hace poco más de dos semanas y aunque desde ese mismo día alojé, o más bien acampé, en mi nuevo hogar no fue hasta ayer que me encontré en él completamente sola.
No lo tenía previsto, iba a ser un fin de semana de arreglos y pintura, el viernes llegamos con la amiga que vivirá conmigo y nos lanzamos al pinturrajeo de paredes. Sábado en la mañana, ella se fue por algunos compromisos que tenía y quedamos solos… el depto y yo.
Hace muchos días mi sensibilidad ha llegado a su máximo. Pese a necesitar mis momentos a solas, no estoy acostumbrada a la soledad 24 horas al día, soy apegada a mi familia y sí, lo reconozco, un tanto mimada y sobreprotegida. El ver a mis padres irse de mi casa y tras despedirme cerrar la puerta, no se me hace tan fácil. Los momentos de debilidad y tristeza en los cuales busco a la pequeña porque me reconforta sólo con un abrazo, aquí no están y aunque estas semanas he estado bastante acompañada, el sentimiento de soledad no me abandona, por el contrario. Lo cual por cierto me ha vuelto bastante quisquillosa en otros ámbitos.
Ayer fue aquel día que desde antes del inicio sabía que tendría. Llamé a la amiga de siempre pero como nunca no contestó el celu, llamé al 'pierno' para ir a verlo ya que figuraba con un fuerte resfrío en su casa… y fue peor. Pensé ir a ver a la familia que se reuniría pero me contuve porque sólo quería arrancar. Estuve a punto de llamar al amigo aquel que ofreció conversación y cerveza cuando este día llegara, pero no. Opté por vivir mi día de cambio de vida de una vez. Internalicé lo había hecho, me vi tan sola como decidí estarlo y lloré… lloré tanto, refugiándome sólo en mis nuevas paredes. Lloré sin culpa, lloré con temor, lloré con esperanza, lloré con pena, lloré con la liberación que tanto necesitaba, y así tras algunos minutos de lagrimeo me di cuenta que podía llorar 24 horas seguidas y absolutamente nada cambiaría, simplemente porque no había nadie más. Levanté la cabeza, limpié mis lágrimas, tomé el desengrasante y partí a quitar la grasa de las paredes de la cocina.
Me fui de la casa porque necesitaba crecer, porque necesitaba temer para dejar mis temores de lado, porque necesitaba construir el cien por ciento de mi vida a partir de mí misma y ahora era el momento de secar el lagrimeo y hacer la vida avanzar. Así me pasé el día… medio llorando, medio pintando, medio limpiando. En la noche salí con mis amigas y por primera vez volví sola a mi nueva casa. Revisé dos veces el cierre de puertas y ventanas, descubrí que mi dormitorio tiene pestillo y obviamente lo utilicé. Encendí la luz de la lámpara, leí un libro para calmar los nervios y me dormí.
Hoy al levantarme lo primero que hice fue tomar la brocha y arreglar algunos detalles, luego recordé que no había comido nada, lo cual es bastante inusual considerando que comer es mi prioridad número uno en las mañanas. Tras desayunar partí a una ferretería a comprar algunos materiales que me faltaban pero antes tuve que conectarme a la red para hablar con mis hadas. Siempre hay una, siempre.
Me reporté tras dos días de ausencia y al leerlas, al sentirlas cerca, al contarles mi día pasado, comprendí que ése había sido… ayer había vivido mi primer día de esta nueva vida, mi cambio. El día de ayer hice catarsis en mis miedos, en mi soledad, en lo que viene, en lo que fue.
Lo comprendí y caminé… caminé por mi nuevo barrio, respiré y sonreí.