No, nadie en especial.
La segunda pregunta más recurrente después de la historia del terremoto de Nepal, siempre ha sido: ¿Conociste a alguien? ¿Un amor?... ¡¿Pero cómo?! ¿Por qué no? ¿Me vas a decir que en más de tres meses no conociste a nadie??... "No, a nadie... y a muchos, por sobre todo a muchos".
Tanto pero tanto me preguntaron durante meses, que tuve que buscar el por qué ¿Por qué no conocí a nadie?. Bueno, creo que fue porque nunca lo necesité.
Mi viaje estuvo tan rodeada de hombres, tan rodeada del sexo masculino y no, no di ni medio pie romántico a ninguno de ellos.
Sí disfruté enormemente de sus compañías, de las birras conversadas la primera noche en Madrid, del reencuentro con mi alumno cuequero italiano, la copa de vino en Florencia, la música del charango de Freddy Torrealba mientras paseábamos en la "macchina". Disfruté y agradecí por sobre todo de la compañía en el Annapurna, de estos amigos y compañeros con quienes compartimos cada segundo del día durante tres semanas, los "Buenos días", "Bom dia", "Good Morning" "Shuva Pravat", "Namasté". Los bailes y las canciones en las montañas de los Himalayas, las "Everest" frías. "Jaam", una vez más. Fui la única mujer de nuestra cordada de cuatro y me sentí cuidada, respetada, fortalecida.
Purna, me acompañó en cada paso que dí cada día y sujetó desde atrás mi mochila cuando resbalaba sobre el hielo para sí mantenerme en pie "I can't. I feel die!". "You know the mountains, Ale. Finally, you never die. ¡Go!". "Ok...Jaam!"
Chandra cargó la mayor parte del peso que llevé y mantuvo su atención, su alegría y sonrisa en toda la travesía "You look like a doll".
Y Mau, mi bello amigo brasileño, llegó tan lleno de energía, de candidez, de atenciones, de su misticismo, de historias, de música y de poesía. Compartimos sueños, dolores, esperanzas, vivencias, nuevas miradas para nuestras vidas, un aprendizaje profundo y total camaradería. Fue quien me sostuvo en un abrazo después de caer dos veces con el cuerpo sobreexigido al cruzar el Thorong. Un abrazo que tenía el mismo cariño y fortaleza que tuvieron mis manos para sostener su cabeza cuando el mal de altura bombardeó su espíritu de fiesta constante.
Disfruté de la compañía de mis camaradas y disfruté de los enamoramientos lejanos al toparme con los montañistas en ruta "Mau, es él. ¿Recuerdas que te conté que hay un montañista solitario que no puedo dejar de mirar? Es el que está sentado en la mesa con nosotros, tan serio, tan etéreo, siempre estudiando la ruta". Y tan sólo disfruté esa ínfima conversación con Jonas, el guapo alemán que venía de pasar una temporada en un templo budista, antes de emprender la ruta del Annapurna. Y disfruté, días después, cruzarnos una vez más al terminar el Paso Thorong "Hi Ale. Good job there! See you in Muktinak or Kathmandú" y no, nunca más lo vi. Para mí, tres o cuatro frases en la ruta tuvo el condimento perfecto para esos días. Luego vino el terremoto y no nos dejó tiempo ni de despedir nuestra cordada. Nos separamos todos ese mismo día.
Días después, ya en otro mundo tan distinto a Nepal, el chileno que conocimos en Tailandia y que después volví a encontrar juntos a los amigos uruguayos y argentinos. Lo mejor de ello fue el par de días en Laos saltando de árbol en árbol, de cerro en cerro, volando a lo largo de la tirolesa por sobre bosques y ríos. Lo mejor de esos días fue la noche en la casa del árbol. Lo peor, fue el viaje del millón de horas en bus hacia Luang Prabang, aunque hubiese sido tortuoso hacerlo sola.
Y luego, terminar mis días asiáticos en Luang Prabang con el italiano más guapo. Debo reconocer que esos días sí me pregunté ¿Qué hago mirando a este hombre como un amigo? ¡Hasta mi madre me lo preguntó cuando vio una foto juntos! Pero yo estaba disfrutando hasta respirar el aire húmedo de cada día, lo que menos quería era distraerme de cada segundo que estaba viviendo. Y así disfruté también mis paseos en moto agarrada de la cintura de Italia, de nuestras conversaciones english-spanish, de los paseos por el mercado nocturno, de mi perturbación al verlo dormir a mi lado ¿Qué hago tratándolo casi como hermano?Y de la sonrisa de ese hombre ¡Por Dios!. Del abrazo fraterno que nos dimos al despedirnos.
Disfruté de las cuecas y las cumbias chilenas, luego en Barcelona. ¡Después de tanto tiempo todos hablan español nuevamente! Fue un estallido de murmullo constante entender todo lo que la gente decía a mi alrededor pero el encuentro con el amigo chileno que me mantuvo cerca de más chilenos y del carrete chileno barcelonés, hizo que olvidara rápidamente la incomodidad de volver a oír tanto de una vez. Las noches en Barcelona me traían lentamente de regreso a la vida que había dejado meses atrás, mientras los días se me iban paseando entre el barrio gótico, un tanto de Gaudí y mi paso forzado por La Boquería cada vez que tenía una excusa para ello.
Cruzando el atlántico de regreso fue en Costa Rica que me vi nuevamente acompañada. Tres días en las playas del Pacífico, el partido de Chile en la barra del bar, y el único beso fugaz que se escapó antes de volver a casa. Latinos son latinos.
¿Y encontré el amor? Sí, sí lo encontré. A la vida, al respirar, al caminar; y a mí. Encontré lo que no sabía que buscaba.
¿Por qué no hubo nadie en especial? Porque en el sentido más romántico, no lo necesité nunca, no lo quise y esa libertad, de alguna manera, permitió que más de uno fuera realmente especial, permitió que disfrutara con absoluto relajo las atenciones, conversaciones, complicidad, camaradería y compañía que un hombre puede dar en esa misma libertad.
0 La Conversación
Publicar un comentario
<< Home