Sentada bajo el sol
¿Qué duele cuando ya no es el amor lo que duele?
Ese día me lo pregunté, antes, durante... y después.
Más de un año sin vernos las caras.
Más de un año desde que continuamos rumbos distintos, una vez más.
Más de un año en que continuamos el lazo aunque fuese con pequeñas conversaciones de vez en tanto y recibiendo algunos colados "te quiero" y demases que yo procuraba responder con no más que "...si, igual. Un abrazo".
Como crónicas de una muerte anunciada el día iba a llegar. Casi tres meses estuve dilatando el encuentro con los "mañana", "la próxima semana", "¿El mes siguiente?".
"Tienes que encontrarte a tí misma", frase cliché que todo el mundo dice cuando das otro tropezón en el amor, más si sigues abrazando la misma piedra.
En aquel tiempo ya no buscaba encontrar a nadie, no porque no quisiera, sino porque estaba cansada. Quería vacaciones emocionales, quería agarrar el máximo deseo que hubiese tenido en la vida, "el sueño de tu vida", le dicen. Quería que mi cuerpo se sintiera como cuando niña acompañaba a mi abuelo a Estación Central y pasábamos por ese peladero lleno de maleza. Era mi máxima sensación de libertad. Para mí, una pradera en medio de la ciudad. Unos pocos cientos de metros de tierra, flores de colores y pastizal que pasaba mi cintura mientras corría de un extremo a otro. Recuerdo que el sol se veía distinto y la brisa acompañaba esas carreras revolviendo el cabello.
"Nunca he sido tan feliz en mi vida", fue lo que le respondí cuando, más de un año después, sentado frente a mí, me preguntaba a la cara qué había sido de mi viaje. "Para mi la felicidad ya no es una sensación de adrenalina, ni siquiera son las mariposas en la guata. Es algo mucho más que eso, algo que ni siquiera imaginé que existía". Me miró con los ojos desorbitados ante esa respuesta que salía más de mis tripas que del pensamiento - "¿De verdad?"-. Cuando respondí Sí, supe que yo ya estaba tan llena del regalo que fui a recibir desde que me subí a ese primer avión como lejos estábamos ya uno del otro, bastante más que el ancho de la pequeña mesa que nos separaba. "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" dice Neruda. Así es. También supe que, si bien podía volver a enamorarme en sólo un momento, mis energías no querían encargarse de ello. Que su 'sistema'de amor no era lo que quería para mi vida por lo que aún en el mejor de los casos (en la hipótesis poco probable que el mejor de los casos sucediese), en ese lugar, mi amor siempre perdería la libertad de mi alma.
Mientras seguía conversando, mi cabeza se confundía con las nuevas certezas, como confunde siempre lo que nunca se ha sentido.
Algunas cosas han cambiado en la casa pero basta mirar un segundo más para ver que en realidad, todo está igual, todo.
Tomé un suspiro al cruzar la puerta y exhalé con tiempo todo el amor que me quedaba, todos los recuerdos, todas las ilusiones y proyecciones que alguna vez tuve, toda la pasión aprendida desde el primer día... y todo se mezclaba con esa rareza que soy hoy y que aún no termino de conocer.
Entregué todo como si sólo emanara de mi cuerpo, de mis entrañas, de mi cabeza por primera vez en calma. Exhalé todo como si fuese yo quién debiese entregar lo que a mí me correspondía ahí, en ese lugar en nuestras vidas. Exhalé como si el aire me sostuviese y yo ya nada esperara recibir más allá de esos ojos llenos de recuerdos, de los abrazos interminables y de esa alma que siempre habló mejor que sus labios.
En silencio, miré cada rincón por última vez, sentada me volví a ver riendo, cocinando, abrazando, regando las plantas, leyendo, bailando, trabajando. Ya no con dolor sino con una sonrisa en mis labios. Agradecí y mi corazón se despidió. Lleno de amor, de un amor distinto, de uno que ya no necesita volver a quedarse porque aunque el cuerpo y el corazón se sientan en casa una vez más, es el alma quien se ha liberado, alma intensa y certera, alma que sabe cómo se quiere sentir, alma que reniega de grilletes emocionales idealizando compensaciones posteriores, alma que quiere vivir ahora, amar ahora, crear ahora y yo, aprendiendo poco a poco a ser su compañera fiel, voy descubriendo cómo compensar esa libertad... Amor, creo que le llaman.
Verdadero amor es lo que sostiene la libertad. Para mí, uno nuevo y desconocido aún en sus formas.... y en mis formas.
¿Qué duele cuando ya no es el amor lo que duele? Nada, es el dolor del cambio nada más porque es el amor como tal lo que de verdad limpia, compone, cicatriza y regenera, amor como el que siento ahora, mientras escribo sentada bajo el sol.
Ese día me lo pregunté, antes, durante... y después.
Más de un año sin vernos las caras.
Más de un año desde que continuamos rumbos distintos, una vez más.
Más de un año en que continuamos el lazo aunque fuese con pequeñas conversaciones de vez en tanto y recibiendo algunos colados "te quiero" y demases que yo procuraba responder con no más que "...si, igual. Un abrazo".
Como crónicas de una muerte anunciada el día iba a llegar. Casi tres meses estuve dilatando el encuentro con los "mañana", "la próxima semana", "¿El mes siguiente?".
"Tienes que encontrarte a tí misma", frase cliché que todo el mundo dice cuando das otro tropezón en el amor, más si sigues abrazando la misma piedra.
En aquel tiempo ya no buscaba encontrar a nadie, no porque no quisiera, sino porque estaba cansada. Quería vacaciones emocionales, quería agarrar el máximo deseo que hubiese tenido en la vida, "el sueño de tu vida", le dicen. Quería que mi cuerpo se sintiera como cuando niña acompañaba a mi abuelo a Estación Central y pasábamos por ese peladero lleno de maleza. Era mi máxima sensación de libertad. Para mí, una pradera en medio de la ciudad. Unos pocos cientos de metros de tierra, flores de colores y pastizal que pasaba mi cintura mientras corría de un extremo a otro. Recuerdo que el sol se veía distinto y la brisa acompañaba esas carreras revolviendo el cabello.
"Nunca he sido tan feliz en mi vida", fue lo que le respondí cuando, más de un año después, sentado frente a mí, me preguntaba a la cara qué había sido de mi viaje. "Para mi la felicidad ya no es una sensación de adrenalina, ni siquiera son las mariposas en la guata. Es algo mucho más que eso, algo que ni siquiera imaginé que existía". Me miró con los ojos desorbitados ante esa respuesta que salía más de mis tripas que del pensamiento - "¿De verdad?"-. Cuando respondí Sí, supe que yo ya estaba tan llena del regalo que fui a recibir desde que me subí a ese primer avión como lejos estábamos ya uno del otro, bastante más que el ancho de la pequeña mesa que nos separaba. "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" dice Neruda. Así es. También supe que, si bien podía volver a enamorarme en sólo un momento, mis energías no querían encargarse de ello. Que su 'sistema'de amor no era lo que quería para mi vida por lo que aún en el mejor de los casos (en la hipótesis poco probable que el mejor de los casos sucediese), en ese lugar, mi amor siempre perdería la libertad de mi alma.
Mientras seguía conversando, mi cabeza se confundía con las nuevas certezas, como confunde siempre lo que nunca se ha sentido.
Algunas cosas han cambiado en la casa pero basta mirar un segundo más para ver que en realidad, todo está igual, todo.
"Uno vuelve siempre a los viejos sitios
donde amó la vida,
entonces comprende cómo están de ausente
las cosas queridas".
Tomé un suspiro al cruzar la puerta y exhalé con tiempo todo el amor que me quedaba, todos los recuerdos, todas las ilusiones y proyecciones que alguna vez tuve, toda la pasión aprendida desde el primer día... y todo se mezclaba con esa rareza que soy hoy y que aún no termino de conocer.
Entregué todo como si sólo emanara de mi cuerpo, de mis entrañas, de mi cabeza por primera vez en calma. Exhalé todo como si fuese yo quién debiese entregar lo que a mí me correspondía ahí, en ese lugar en nuestras vidas. Exhalé como si el aire me sostuviese y yo ya nada esperara recibir más allá de esos ojos llenos de recuerdos, de los abrazos interminables y de esa alma que siempre habló mejor que sus labios.
En silencio, miré cada rincón por última vez, sentada me volví a ver riendo, cocinando, abrazando, regando las plantas, leyendo, bailando, trabajando. Ya no con dolor sino con una sonrisa en mis labios. Agradecí y mi corazón se despidió. Lleno de amor, de un amor distinto, de uno que ya no necesita volver a quedarse porque aunque el cuerpo y el corazón se sientan en casa una vez más, es el alma quien se ha liberado, alma intensa y certera, alma que sabe cómo se quiere sentir, alma que reniega de grilletes emocionales idealizando compensaciones posteriores, alma que quiere vivir ahora, amar ahora, crear ahora y yo, aprendiendo poco a poco a ser su compañera fiel, voy descubriendo cómo compensar esa libertad... Amor, creo que le llaman.
Verdadero amor es lo que sostiene la libertad. Para mí, uno nuevo y desconocido aún en sus formas.... y en mis formas.
¿Qué duele cuando ya no es el amor lo que duele? Nada, es el dolor del cambio nada más porque es el amor como tal lo que de verdad limpia, compone, cicatriza y regenera, amor como el que siento ahora, mientras escribo sentada bajo el sol.
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