Lo logré.
Siempre esa falta de algo, siempre ese no estar completo, siempre ese vacío que no lograba llenarse a pesar de los sentires absolutos, ilusorios, esperanzados, concretos e inventados. Cuando todo fue perfecto, faltó la convicción del sentimiento, cuando el sentir era absoluto, los tiempos y los modos, nunca calzaron. Siempre, faltó "algo". Y un día, así sin más, resignada al tiempo y a las historias pasadas, un día cualquiera, dejando atrás esos queridos amores históricos, me encuentro en un caminar más de aquellos con las amigas de siempre, de aquellos en que nada importa, un día cualquiera en que estaba segura que el resto de mi vida quería pasarlo con aquél que poco a poco se me metía en mi vida con su amistad, cuando yo sólo quería su amor. Un día así me topé con aquello que no esperaba.
Una conversación inicial, un caminar, un encuentro más, un beso, un contacto, largas conversaciones hasta la madrugada, un reír, un decir sí, una noche de bohemia absoluta, un fin de semana en la playa, un entrar en mi vida, un ver sus ojos, un aceptar una mano, un aceptar un abrazo. Así, sin pensar, sin querer, sin dimensionar absolutamente nada, sin medir presente ni pasado, así sin notarlo, aquél que quería para el resto de mi vida, se volvía cada vez más difuso en mi futuro... ahora sólo una mano veía, sólo un beso aceptaba, sólo esa mirada observándome era la que importaba.
No sé que fue, los caracteres son tan diferentes, los tiempos son tan distintos y muy probablemente los sentires no son iguales... rara vez lo son. No sé que fue pero hubo un momento en que nada faltó, un momento que hoy veo tan lejano. Sí, porque si bien aún no desaparece del todo, ya no hay conversaciones de transnoche, ni planes de algún tipo, ni caminatas por la playa, ya no hay ojos que observan cuando creen que no los miro, ya no hay un entrar en la vida, ya parece no haber nada.
Si bien aún siento la tibieza cada vez más difusa de nuestra piel, lo cierto es que los momentos concretos y absolutos se transforman cada día y en cada hora, en realidades cada vez más ilusorias. Y aquí estoy, frente al espejo una vez más, buscándome entre sueños que decido soltar, sí, porque porque los sueños de ensueño se cumplen cuando hay dos, de lo contario, si no hay interés, sólo sueños son, y es que sólo uno no puede con el amor.
No, yo quiero más, yo soy de más, soy de querer, soy de sentir, soy de vivir; el letargo me mata, me consume; la espera nunca ha querido ser mi amiga, aunque muchas veces he tratado de lidiar con ella. Yo soy de vida, soy de esperanza, soy de pasión, soy de entrega, soy de estar plantada como roble si así se requiere, soy elevarme y volar donde sea, si es necesario, soy de guardar silencio y sólo tomar una mano si eso es suficiente... pero lo que no soy es de ausencias ni de vacíos, no sé hacerlo, no puedo hacerlo. No soy yo.
Y así guardo mis sentires, los miro, les sonrío, los agradezco y los dejo en un cajón porque pase lo que pase, y con el corazón aún tibio, hay algo que jamás lograré hacer aunque lo intente, entregar a otra que no soy yo.
Y aún pese a todo, yo sí lo logré, hubo un instante en que sí me enamoré, sin excluir ninguno de mis espacios, sin topes, sin culpas, sin tiempos...
En fin, la próxima vez supongo que nos irá mejor. La próxima vez para mí será mejor, así lo decreto.
¿Qué aprendí esta vez? De momento dos cosas: que no temo amar, sin importar tiempos, edades, ni condiciones; luego, que la fantasía del amor se termina cuando en la entrega, así sin reclamos, aceptamos dejar de ser quién somos.
Darling, quédate con mis más absolutos y sinceros sentires y cuida sus recuerdo porque han sido tan puros y sinceros... Por mi parte, yo guardo mi corazón para una nueva ocasión.